viernes, 2 de junio de 2017

Let´s make America contaminated again

Tomé una asignatura en mis estudios de ingeniería que trataba sobre el control de la contaminación industrial.

No recuerdo siquiera al profesor o profesora -no me parecía muy importante el tema por entonces- pero un par de anécdotas se quedaron conmigo:

Una empresa de alimentos vertía sus desechos en un río. Después de varios intentos fallidos para que la compañía controlara la contaminación que provocaba, un juez ordenó que la toma del agua que la fábrica necesitaba para su proceso debía ser ubicada en el río aguas abajo de la tubería que vertía los desechos.

Se resolvió el problema.

Otra empresa, metalúrgica, en Europa, producía enormes cantidades de gases tóxicos y de combustión. La legislación del país no la afectaba pero los países vecinos se quejaron en una corte internacional y demandaron indemnización. La compañía pagó sus multas y continuó contaminando.

Se resolvió el problema.

Ayer el presidente Trump anunció que los Estados Unidos se retira del Acuerdo de París.

Apiló el presidente, entre repugnantes adulaciones y tibios aplausos, argumentos de corte nacionalista, declaraciones patrioteras, pininos electoreros -I happen to love the coal miners, dijo- y seguidamente retiró el compromiso de los Estados Unidos de América de reducir emisiones de gases para evitar el aumento de la temperatura en el planeta.

A tiny, tiny amount, esa reducción de temperatura, le explicó Trump con expresión hastiada a cortesanos y televidentes. Y que no vale la pena, dijo. Vamos, ni siquiera blandió la bandera medieval republicana y negó de plano el calentamiento global. Solo declaró que no contaminar no es America First y que, insistió, no vale la pena.

Tan falaz fue el discurso que no se atrevió a mencionar que el declive de la industria del carbón se debe a que el gas natural es más barato y menos contaminante, y no a políticas medioambientales. O que el mercurio que contamina suelos, flora y fauna en los Estados Unidos se debe precisamente a la quema de carbón.

Pero dejemos a un lado el discurso republicano que descalifica el calentamiento global, esa ciencia republicana cuya prueba más contundente es la negación: la retirada del Acuerdo de Paris es solo una concesión a la gran industria americana, just bussiness, como lo es la sustitución del carbón por gas natural.

Es, sépase, el banderazo para que haya empresas que puedan verter sus residuos en el río, para que por las chimeneas escape todo el gas y el humo que, segun el presidente, traerán más trabajo porque, dice el infeliz, it´s time to make America great again.

El aquelarre trumpo-republicano va durar cuatro años, ocho si los demócratas no encuentran su camino o si los republicanos no terminaran por acopiar el decoro necesario para desbancar a su fantoche.

Nuestro país, y el planeta, pueden sobrevivir ocho años de Bannons, Scott Pruitt -ese lamentable Administrador de la EPA- y, claro, de trumpismo, que va extinguirse por razones de fuerza mayor. Muchos tenemos la esperanza que lo que siga sea menos vergonzoso para los Estados Unidos que el circo de tres pistas que anima Trump.

Porque después, todo regresara a otra normalidad. 

Después, quedará resuelto el problema.

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