miércoles, 28 de diciembre de 2016

Caída libre

“Porque si veo capitalismo, no sé, no puedo entrar...”


Desde que tengo uso de razón -o memoria, que es más adecuado- eso de “no regresaremos al capitalismo” o que el capitalismo es malo, muy malo, ha sido el mantra de una y otra vez de los fideles, raúles y sus cachanchanes.

Esta vez, leo, tampoco se hizo la excepción y el impresentable general-presidente, ya respirando aliviado porque Obama, el que le tomó La Habana sin disparar un tiro, se va; contento el hombrecillo además porque con Trump le regresa el imprescindible enemigo, dice entonces el anciano, lamentable sobreviviente de la furia asesina de este agonizante 2016, que “no vamos ni iremos hacia el capitalismo”.

Las razones lógicas de tal rotunda negativa, pues no las conozco.

Al cabo, esa gente son de izquierda y la izquierda, como todo lo demás, solo sobrevive en el capitalismo; sonaría como suicidio, si no fuera por el depravado cinismo que transpira tal declaración. Quedan entonces solamente las sinrazones, pataletas ideológicas de un grupo de ineptos, desfasados en tiempo, Historia y vida.

O sea, Cuba se hunde, y a ellos no le interesa.

“Ni nos ha interesado ni nos interesará”, pudiera bien decir el tiranuelo de turno y seguir, por supuesto, cómo de otra manera, seguir disfrutando de cuanta cosa capitalista existe y tiene a la mano. Desde la ropa que viste, los teléfonos que usa, los relojes que consulta, hasta los carromatos rusos que reservan para entierros y papelazos, “Сделано в России“, la del capitalismo putiniano porque, de la URSS, ni los mapas quedan.

Al absurdo entonces se suma la burla.

Vamos, el otro país socialista que queda en el planeta es Corea del Norte (porque, convengamos, ni China ni ningún otro país, con economía próspera, engrasada por el lubricante capitalista, es socialista). Y Cuba comparte con Norcorea, además del dogmatismo de la clase gobernante, de la docilidad de los ciudadanos, de la represión, de los métodos dictatoriales, un absoluto desastre de la economía.

Rechazar a estas alturas el capitalismo, tan solo por razones de inexplicable y trasnochada ideología, es el colmo del absurdo. Basta con mirar a esa Corea bipolar: el mismo país, la misma cultura, el mismo idioma, siglos de historia, nación dividida por una artificial frontera rectilínea, residuo de las guerras anticomunistas del siglo XX; el Sur próspero, hipertecnológico y capitalista, y el Norte del siglo XIX, agrario, desolado, donde las hambrunas cíclicas y la pésima calidad de vida hace que, entre otras nefastas consecuencias, los norcoreanos socialistas tengan incluso menor estatura y corpulencia que los sudcoreanos capitalistas.

Si hay una muestra de que eso que llaman socialismo no funciona, son esas dos Coreas; o, dicho de otra manera, de que el capitalismo funciona.

Pero el Castro de turno no quiere capitalismo.

El drama cubano, se decía, comenzaría a terminar con el “fin biológico”, la muerte de Fidel Castro. Pero todo indica que solo se ha pospuesto. “En Cuba las cosas empeoraron después de la visita de Obama”, me cuenta mi padre, “El bombardeo con consignas antiamericanas, la vieja retórica de ´Cuba sí Yankis no´, es a todas horas, por todos lados”.

El desgobierno cubano ha invertido todos sus recursos de propaganda y manipulación tratando de enmendar el desmentido brutal que Obama puso sobre la mesa, el de que el problema no es, ni remotamente, los Estados Unidos, el bloqueo o cualquier otra cosa en el extranjero; que el problema, todos los problemas, están adentro del país.

Que el problema es el fantoche que dice no al capitalismo, que advierte sobre más crisis por venir, que anticipa más restricciones, que no tiene soluciones para el país y sus males crónicos porque ni el socialismo, y mucho menos ese gobierno disfuncional, ofrecen ninguna.

El capitalismo terminará por llegar a Cuba.

No el de la croqueta y el “cuentapropismo”, por supuesto, sino el de la libre empresa, mercado, crédito, competencia, oferta y demanda. No llegará, sin embargo, como un agua mansa, sino como torrente de lodos y rocas, liberado por un dique que revienta. Torrente que va a arrasar con un pueblo que no está preparado para navegar esas aguas, que no tiene idea de cómo se sobrevive y vive sin remesas; que, a fuerza de igualitarismo, es débil y desconoce.

La responsabilidad de la calamidad que viene a sumarse a la ya existente, pues es de ese hombrecillo de expresión dispéptica, menguada estatura -norcoreano honorario- y voz engolada, de su difunto hermano, y de los que lo apoyan y aplauden; de todos, cómplices, los que están acompañando al país en su desplome en caída libre.

Feliz 2017 entonces, y que el viaje les sea leve.

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